por Don Cisco
Qué les puedo decir. Scorsese me encanta. Cómo construye sus personajes y les otorga esa descarnada humanidad. Siempre apunta alto. Le gusta contar historias sobre los auténticos fundadores de la sociedad moderna. Los cimientos sobre los que se construyen inmensos edificios llenos de millonarios que se dedican a estafarnos. Pero la magia de Scorsese es lograr que, al ver a ese pequeño porcentaje de mortales privilegiados, veamos a la humanidad entera.
Jordan Belfort, particular, universal
En Pandillas de Nueva York, el director de Goodfellas nos revelaba la esencia de la gran manzana. La gloriosa y pujante Nueva York se fundó sobre la mugre de pandillas que se enfrentaban por el control territorial y de negociados. Ahora Scorsese va más a la médula. Nos cuenta la historia de Jordan Belfort, un tipo con mucha labia, capaz de hacer tangible lo intangible en unos pocos segundos. Y claro, se le abren las puertas del mejor lugar para aquellos con el don de vender lo ilusorio: la bolsa de comercio.
A lo largo de tres horas, reímos y nos asombramos con un mundo yuppie de despilfarro y locura. Jordan vende acciones y se enriquece con las comisiones. El secreto es conseguir que sus clientes no vendan nunca los papeles. Leonardo Di Caprio se luce con su papel protagónico, pero también Jonah Hill, que está en su salsa. Drogas y mujeres a rolete. Excesos y extravagancia todo el tiempo.
Es en ese mundo tan particular y minoritario en el que el director encuentra también lo universal. Las ansias de grandeza. La soledad. La amistad. Un hombre que necesita estar rodeado de gente que lo adore.
El capitalismo al desnudo
Todo se trata de la ilusión. Creer en el papel moneda, creer en el valor de un montón de acciones, creer en Jordan. Es la habilidad de una persona lo que consigue que el cliente confíe en algo tan ridículo como un pedazo de papel. El lobo de Wall Street habla sobre la crisis mundial que se desata sobre nuestras cabezas. Expansión del crédito al consumo, sobreproducción y quiebras generalizadas. Jordan Belfort no solo convence a sus clientes. Los Jordan Belfort convencen al país, al mundo entero, de que si nadie vende las acciones, si esos papeles nunca se convierten en billete, la prosperidad será infinita.
La película no es ingenua ni siquiera cuando el FBI atrapa a nuestro césar. Sobre la miseria que generó, el capitalismo se regenera. Jordan sigue predicando, vuelve a encontrar un lugar donde vender ilusiones. No se trata de mostrar "oh, qué inmorales somos", "tenemos que ser mejores seres humanos". Scorsese, de forma consciente o inconsciente, le da una estocada a un sistema condenado a muerte. Y que en su caída al abismo amenaza con arrastrarnos a todos.
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Odio al mundo
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