por Don Cisco
Hace unos pocos días, publiqué un ranking con las mejores películas para chicos. Estaba muy convencido de cada uno de los puestos, de cada película elegida. Sin embargo, el domingo pasado se me cayó la estantería. En el Gaumont vi una película que me llevó a la infancia. Otra vez sentí los músculos cansados de toda una tarde de fútbol en el fondo de mi casa. La chocolatada que nos esperaba a mí y a mis amigos. Y el televisor con los Super Campeones, Oliver y Steve Hyuga. Pero no, no se trata de anime esta vez. Solamente una maravillosa película de Campanella que sintonizó la idiosincrasia del argentino y la juntó con una animación digna de Pixar.
Una historia sencilla
Metegol es una historia sencilla. Tenés al bueno, tenés al malo y tenés a los amigos que ayudan al bueno a llegar a su objetivo. Estructura básica a la que nos acostumbró la industria del cine y de la que no me quejo nada de nada. Juan José Campanella aprovecha esta estructura sencilla para hacerse fuerte donde las papas queman, donde las películas argentinas fallan: los detalles, los diálogos y el color de los personajes. Amadeo es un fanático del metegol. Desde pequeño, juega como los dioses en el bar del pueblo. Nadie lo puede batir, al punto que Grosso, el más malo y más talentoso chico de los alrededores, queda humillado por Amadeo.
Los años pasan y Amadeo sigue a puro metegol. Tan enfrascado está con su pasión que Laura, la chica que le gusta, está por escapársele en un viaje a Europa. Sin embargo Amadeo, como todo verdadero héroe, tendrá que probar sus cualidades en circunstancias inesperadas. Grosso vuelve como un jugador multimillonario que compró el pueblo y piensa demolerlo. ¿Qué va a hacer nuestro héroe para detenerlo? Será un viaje de transformación.
Todo perfecto, pero contame cuál es la diferencia de Metegol
El simple hecho de que haya un glorioso metegol con jugadores de plomo remite a todos los adultos a su infancia y adolescencia. Mucho más que un estadio de béisbol o el fichín de hockey sobre hielo. ¡Pero sin el costumbrismo y/o chabacanismo de una producción argenta! Después, cada jugador, que cobra vida de forma inexplicable, tiene su personalidad. Está el Beto, que habla sobre él mismo en tercera persona. El Capi, un auténtico patrón de equipo. Está el cordobés, con su clásico acento, y el Loco, interpretado por Horacio Fontova, que es una especie de hippie pan relleno. Cada uno está tan bien caracterizado que los chicos que me rodeaban en la sala de cine adoptaban sus nombres de forma natural y sufrían junto a ellos en las escenas de acción y humor. "¡Vamos, Beto!", "¡Uh, Capi!". A lo largo de la película hay mucho humor y pequeños detalles para los adultos, incluida una alusión crítica indirecta (o eso me pareció a mí, che) al interminable Julio Grondona, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. Pero si hay mucho material para los grandes, para los chicos hay más todavía.
Los chicos. ¿Cuál era la parte más divertida de los Super Campeones? Los partidos de fútbol. Cuando la pelota empezaba a rodar. Campanella, que no tiene un pelo de tonto, concentró lo mejor en el partido final. Con acento argentino, pero en una obra de arte internacional, nos cuenta la historia de un equipo débil que se tiene que enfrentar a uno mucho más poderoso. Y vuelvo a mi experiencia en el cine. ¡Los chicos aplaudían cada gol como si de la selección de fútbol se tratara! Era tal el nivel de involucramiento. Es que, claro, con un buen guión, buenas interpretaciones y una animación a la altura de las circunstancias, estaban todas las condiciones dadas para el éxito. Ahí donde Manuelita, Mi familia es un dibujo y tantos mamarrachos argentinos atentaron contra nuestros sentidos, Metegol tuvo un éxito rotundo. Maneja el lenguaje con el que los padres se comunican con los hijos. La película establece un puente generacional que une a los pequeños y a los grandes en la ficción y los une también en la sala de cine. ¡A competir al Oscar, canejo!
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